En 1831 surgió, al suroeste de Sicilia, una isla volcánica que existió sólo seis meses.
En estos días, la isla canaria del Hierro está registrando un considerable aumento en número e intensidad de terremotos, que para los científicos podría ser síntoma de actividad volcánica. Mientras los medios no publican este tipo de noticias, solemos olvidar que existen áreas volcánicas activas no lejos de la península Ibérica, además, naturalmente, de las islas Canarias. En Italia, el Vesubio, el Etna y el Stromboli, entre otros, son volcanes activos.
En el área volcánica de Sicilia se produjo hace ciento ochenta años el curioso fenómeno de la isla Ferdinandea, conocida en Italia como l’isola che non c’é, ‘la isla que no existe’.
En los primeros días de julio de 1831, las aguas del mar al suroeste de Sicilia comenzaron a hervir, mientras se elevaba una enorme columna de humo. Los pescadores que presenciaron el fenómeno regresaron a puerto aterrados. Varios días después, del mar en ebullición surgió un cráter humeante. A las numerosas islas volcánicas de que se halla sembrado el Mediterráneo, se había agregado una nueva.


Unos días antes, el 28 de junio, el capitán C.H. Swinburne de la marina británica había advertido la existencia de un fuego en la lejanía en medio del mar, mientras navegaba por el estrecho de Sicilia. Hacia el 2 de julio, el agua estaba hirviendo en el área llamada banco Graham y los pescadores recogieron peces muertos. Algunos marineros sufrieron desmayos a causa de los vapores.
El día 5 se produjeron fuertes terremotos y el 7 de julio, el comandante italiano F. Trefiletti avistó la nueva isla, 33 kilómetros al suroeste de la ciudad siciliana de Sciacca. Era de color negro, de 30 palmos de altura sobre la superficie del mar y escupía cenizas y lava. De noche, la actividad volcánica era bien visible desde las poblaciones de la costa de Sicilia.
La isla llegó a alcanzar unas dimensiones máximas de 300 m de largo, 60 m de altura y un perímetro de casi un kilómetro. Mientras duró la erupción, el cráter, de unos 30 m de diámetro, expulsó lava que caía al mar formando masas de lodo y nubes de vapor. Las zonas costeras de Sicilia se vieron cubiertas por los productos de las explosiones y los fragmentos más grandes dañaron tejados de las casas de Sciacca.

La erupción terminó el 20 de agosto y el mar comenzó su obra destructiva: el 8 de septiembre la isla era visiblemente menor; el 27 de septiembre era solo una pequeña colina de arena; el 26 de octubre no había más que un banco de pocos metros de altura, que en los días de marejada era invadido por el mar, aunque aún conservaba en el centro el cráter inundado con agua hirviendo. El 8 de diciembre la isla ya no existía.
Con ello acabaron los litigios por su posesión que habían mantenido Gran Bretaña, Francia y el Reino de Nápoles, de los que solo quedan como recuerdo los distintos nombres de la isla: Graham en Inglaterra, Julia en Francia y Ferdinandea en Italia.


Desde entonces hasta hoy, la isla ha estado sumergida, aunque también podría haber emergido durante algunos breves periodos, ya que se encuentra en continuo movimiento. En 1999 la cima del volcán estaba a ocho metros bajo el nivel del mar y en 2002 a cinco metros. Hoy se encuentra a seis metros bajo el agua.
Recientemente, en 2006, se ha descubierto que el cono que entró en erupción en 1831 y creó la efímera isla no está aislado, sino que forma parte de un sistema volcánico de unos 5 km de radio, con al menos una decena de picos bien desarrollados y muy variables en tamaño, con diámetros que van de 1,5 km a menos de 50 m. Ferdinandea es en realidad un cono secundario de un gran volcán submarino, mayor que el Etna, que se ha bautizado como Empédocles.
Vía: Istituto Nazionale de Geofisica e Vulcanologia, Italia.