Cuenta Vigi que el nuevo estatuto de Andalucía introduce en su texto la expresión políticamente correcta «andaluces y andaluzas», olvidando sus redactores que la palabra «andaluz», además de al masculino, representa también al género neutro.
No sé si han seguido el modelo de la constitución bolivariana de Venezuela, que en su día fue adecuadamente criticado por Jorge Letralia.
No les importa lo que digan lingüistas de la talla de Agustín García Calvo (al cual, por cierto, he visto frecuentemente citado -por gente que, sin duda, no lo ha leído- para defender justo todo lo contrario a lo que él dice):
De esas equivocaciones, la más triste es aquella de cuando lo/as feministo/as se vuelven contra el lenguaje, y, fijándose en algunos hechos de vocabulario (zona del lenguaje tan superficial que apenas es ya lenguaje, sino cultura y realidad; pero ¿en qué se iban a fijar?: lo superficial es lo cercano a la conciencia y los manejos personales, y a lo hondo y de veras del lenguaje, a la máquina subcosciente, común y no personal, a eso no llegan ni pueden verlo ellos, ni tampoco el Estado ni la Banca ni la Academia), confunden esas cositas de diccionario con el lenguaje y declaran que el lenguaje es machista o patriarcal o masculino; mientras que, en cambio, respetan y acatan la Cultura y la Política y la Economía (que son todas machistas y patriarcales y masculinas), seguro que porque tienen nombre de mujer.
(La lengua no tiene sexo, en De mujeres y de hombres (Ed. Lucina, 1999), pág. 27)
Les tiene sin cuidado lo que opinen escritores como Javier Marías, bastante poco sospechoso de machismo, diría yo:
En su susceptibilidad extrema, ven machismo y sexismo por doquier, hasta donde no lo hay. Si en español se dijera “juezo”, “cancillero”, “bedelo”, “gerento” o “jóveno”, pase que se propiciaran sus correspondientes en femenino; pero es que no se dice, y no habría ningún problema, en consecuencia, en hablar de la juez, la canciller, la bedel, la gerente o la joven. También exigen que el vocablo “miembro” coexista con “miembra”, sin darse cuenta, una vez más, de que hay términos invariables que por su terminación en o o en a no indican género alguno. Llevando hasta el final su razonamiento (es un decir), al tratarse de varones habría que emplear “víctimo”, “colego”, “persono”, “poeto”, “preso del pánico” y “mendo lerendo”, entre otros horrores. Y lo mismo con los animales: a los varones no nos ofende decir “una tortuga macho”, en vez de convertir al pobre bicho en un “tortugo”, y a sus colegas en “hienos”, “focos”, “morsos”, “serpientos”, “boos”, “jirafos” y “zebros”.
Recientemente ha insistido en este tema el estupendo blog Patada al diccionario:
En mi humilde opinión de hombre, seguramente criado en el machismo más absoluto y en el patriarcado más cegador, no cabe hablar de lenguaje sexista o no sexista, porque el sexismo a quien afecta es a las personas. Es ahí donde lo encontramos, por desgracia. Por tanto una palabra o un uso gramatical o semántico no podrá ser sexista, sino que lo que será en todo caso sexista será su uso por parte de personas con mentalidad machista, por ejemplo. Además, el idioma recoge palabras racistas, machistas, y de todos los -ismos imaginables, porque es su función, y no cabe expulsar palabras del diccionario porque no nos gustan lo que expresan: es algo de locos y creo que nos haría un flaco favor.
También hace unos meses en Addenda et corrigenda y Javier Arias en el completísimo y muy recomendable artículo Género y arrobas y aún podrían encontrarse en la red más defensores del lenguaje y del sentido común. Pero ellas y ellos erre que erre y yerro que yerro.
Sigan el consejo de Javier Marías: desconfíen de todo aquél que les hable usando esa jerga políticamente correcta; seguramente tratará de engañarles.