Carlos Giménez: Barrio 2

Un cómic autobiográfico en el Madrid de la posguerra.

Carlos Giménez es el autor de cómic español contemporáneo más completo. Pocos aficionados discutirán su condición de número uno. Es el creador de la que en mi opinión es la mejor obra de la historia del cómic español: Paracuellos.

Paracuellos cuenta las aventuras y sobre todo las desventuras de los niños de la posguerra en un Hogar de Auxilio Social de la Falange Española, es decir, en un orfanato. Se trata de una obra autobiográfica, en la que Giménez echa mano de sus recuerdos personales y los utiliza para construir una historia impecable e implacable, narrada desde el punto de vista de un niño, en la que los adultos se dividen en opresores (falangistas, curas, maestros fascistas…) y oprimidos (los padres y madres derrotados en la reciente guerra civil).

El primer tomo de Paracuellos apareció en 1977, en plena transición política en España, y su continuación natural un año más tarde se tituló Barrio. En aquel álbum, el protagonista de Paracuellos, Pablito, había salido del orfanato y regresado a su antiguo barrio (además curiosamente había cambiado de nombre, pasando a llamarse Carlines y reforzando así el carácter autobiográfico de la historia). En los años siguientes vendrían más entregas de Paracuellos hasta el total de 6 tomos de que disfrutamos hoy y Barrio quedó así como una obra aislada pero al mismo tiempo complementaria de la saga autobiográfica principal.

Ahora, 27 años después, Carlos Giménez ha realizado Barrio 2 (Glenat, 2005), siguiendo las mismas coordenadas de la primera entrega. Es un cómic costumbrista, en el que se refleja la vida de un barrio -concretamente el de Lavapiés, en Madrid- en la época del estraperlo, el agua de Lozoya, las dreas y los gitanos de la cabra; una época donde lo peor que podía pasarle a uno es que la policía lo arrestara y lo trasladase a Gobernación. Un barrio que, igual que el resto de la ciudad, se ha transformado hoy de tal manera que poco o nada tiene que ver con aquél en que Carlines vivió y hoy Carlos recuerda.

Giménez conserva esa sensibilidad -patrimonio de los grandes creadores- que siempre le caracterizó y que le permite inducir en el lector una amplia gama de estados de ánimo: desde provocar la risa por las ocurrentes travesuras de los muchachos hasta encoger el corazón cuando la Guardia Civil se lleva preso a un padre delante de su hijo.

Carlos Giménez es un lujo, no solamente para el cómic, sino para la cultura contemporánea de España.