Desaparece una de las mejores revistas culturales de los últimos veinte años.
El pasado noviembre, el blog Los futuros del libro adelantaba el cierre de Archipiélago, revista de pensamiento crítico contra “la moderna barbarie civilizada”. Su desaparición me resulta especialmente triste ya que tuve ocasión de seguir su nacimiento desde la Fundación Aurora y era una publicación que leía regularmente hasta que internet comenzó a ocupar una parte importante de mi tiempo.
El texto de despedida de los editores se ha publicado hace unos días en Rebelión:
“Conjunto de islas unidas por aquello que las separa.” Ése fue el lema y nuestro espíritu inicial: una definición lanzada paradójicamente a la viva indefinición. Por estas fechas, y con este número, Archipiélago tendría que estar conmemorando sus veinte años de vida, los veinte años del esfuerzo de una de las pocas revistas efectivamente independientes del panorama cultural español. Sin embargo, y con un ánimo bien distinto al festivo, os decimos adiós, al menos por ahora. Hasta aquí hemos llegado. Durante los últimos años la revista ha ido perdiendo lectores, ventas y suscriptores, y la publicidad, consecuentemente, también ha bajado. Para una revista que se mantenía sobriamente de estos ingresos, la continuidad resulta difícil, pese al empeño de los redactores, la ayuda de las suscripciones estatales de bibliotecas, y el generoso apoyo de los colaboradores. Quizá en otra Autonomía distinta a aquella en la que desde siempre hemos tenido nuestra sede, Cataluña, y en otro país con menos modorra intelectual que la imperante en España (¡y sus Españitas!), hubiéramos podido capear el temporal. Pero no aquí. Ya ha ocurrido antes con otras revistas.
Sin embargo, Joaquín Rodríguez, uno de los últimos directores de Archipiélago, nos revela detalles más significativos del cierre:
«No creo, sin embargo, que se trate de un mérito personal ni de un fenómeno aislado que haya que tomar exclusivamente como un destino individual fruto de la mala gestión -que también-, sino como una secuela o derivación inevitable y previsible de los profundos cambios que están afectando, simultáneamente, a los soportes de la escritura, a las modalidades de transmisión del conocimiento, al surgimiento de nuevos agentes intermediadores en la web que proporcionan contenidos de alta calidad, a las formas de comunicación que las comunidades de usuario están construyendo y al sempiterno atraso de las revistas culturales, al menos de la que yo dirigí, que prefieren asirse a las precarias evidencias tradicionales antes que asumir los riesgos que la revolución que vivimos nos deparan.»
Las negritas las he marcado yo. Conozco bien ese terreno. La ideología libertaria, que es la que inspiraba a Archipiélago, es en bastantes aspectos la más conservadora que hay. Cualquier innovación tecnológica se ve como una imposición del estado y el capitalismo, es decir, como algo que se debe combatir. Con esa actitud es muy difícil sobrevivir a los cambios vertiginosos de nuestra época. Y es que muchos que se las dan de revolucionarios no son capaces de reconocer una revolución cuando la tienen ante sus narices.