Los primeros tubos fluorescentes

Artículo de 1903.

Les dejo unos fragmentos del artículo “La nueva luz ideal”, publicado en la revista Alrededor del Mundo nº 198, de fecha 20 de marzo de 1903. En él se comenta el reciente descubrimiento de la lámpara de vapor de mercurio, origen de los tubos fluorescentes. Me hace gracia la mezcla de ingenuidad y temor reverencial, pero también de ironía, con que eran recibidos los inventos de la época.

Peter Cooper Hewitt.

«Un millonario se ha convertido, en poco tiempo, en rival de Edison y Marconi. Es Cooper Hewitt, un hombre de cuarenta y un años, que ha inventado una lámpara de vapor de mercurio que da, con la misma corriente de electricidad, una luz ocho veces más intensa que la de una lámpara Edison, y un convertidor estático, que pesa kilo y medio, y que sustituye con ventaja y con enorme economía de coste a los convertidores de 350 kilogramos.

Hace cinco años el millonario Hewitt empezó a trabajar en sus inventos eléctricos. El problema cuya solución perseguía era el de producir luz sin calor. Durante largo tiempo los electricistas han declarado imposible la “luz fría”.

Una noche del mes de enero último se vio lucir en la fachada del Club de Ingenieros de Nueva York una luz extraña. Era una lámpara en forma de tubo de 1,20 metros de largo, que parecía llena de una llama intensa de color blanco azulado, e iluminaba perfectamente toda la calle hasta una distancia de más de 32 metros. Aquella fue la primera vez que se exhibió la lámpara Hewitt.

Esto se asemeja a un gran termómetro con un hilo conductor en cada extremo. El calor de la corriente eléctrica funde el mercurio y lo convierte en vapor y este vapor transforma la electricidad en luz.

[…]

La luz Hewitt tiene, a primera vista, un gran inconveniente, que la hará aborrecer por las mujeres cuando alumbre sin pantalla. No irradia rayos rojos, y por tanto hace aparecer a las personas con los mismos colores que si fuesen cadáveres. No hay mujer, por hermosa que sea, que resista a tales efectos.

A la luz de una lámpara Hewitt el cuerpo humano pierde sus colores sonrosados: los labios más rojos parecen azules, y la cara y las manos toman un color cárdeno con manchas azuladas. El efecto es tan desagradable como si se estuviera viendo a cadáveres puestos de pie, hablando y gesticulando. Si una persona quiere ver el aspecto que tendrá cuando se muera, no tiene más que mirarse al espejo cuando la ilumine una de estas nuevas lámparas.

A la luz de ellas los muebles de roble parecen verdes, el papel rojo pompeyano de las paredes parece gris. La gama de colores del universo se trastorna por completo.»

Lámpara de vapor de mercurio de Cooper Hewitt.