Lo que se siente a 130 kilómetros por hora

Tremenda velocidad, para la gente de hace un siglo.

Un fragmento del artículo «En automóvil a 130 kilómetros por hora. Lo que se siente» publicado en la revista Alrededor del mundo, nº 215, de 17 de julio de 1903:

«Para aquellos que no han tenido ocasión de tomar parte en una carrera de automóviles serán tal vez interesantes las impresiones personales publicadas por Mr. Edge, vencedor en la carrera Gordon-Bennett, algunas de las cuales extractamos a renglón seguido.

La sensación experimentada cuando se hacen en automóvil 130 kilómetros por hora son, según Mr. Edge, muy variadas, pero en manera alguna desagradables. El viento, aun en un día de calma, muge en los oídos como un huracán, las lágrimas se agolpan en los ojos, llegando a interceptar la vista, y los objetos que hay por el camino desaparecen casi antes de que uno se haya apercibido de ellos.

Las colinas y las montañas parecen correr hacia el automóvil y se diría que iban a derrumbarse sobre él. Apenas se ha visto allá a lo lejos un punto oscuro a un lado de la carretera, cuando de pronto aumenta de tamaño y se convierte en un pueblecillo que, lo mismo que los árboles y las casas de labranza, desaparece con la misma rapidez con que apareció. Al automovilista le parece que no es él quien se mueve, sino que los objetos corren hacia atrás.

El vencedor de la carrera Gordon-Bennett reconoce que las grandes velocidades son peligrosas bajo todos los aspectos. En primer lugar, en pasando de 110 kilómetros por hora, la presión del aire es muy sensible y puede ser perjudicial para los pulmones. Además, para lanzarse a una de estas carreras locas, se necesita mucha serenidad, mucha experiencia y mucha confianza en el vehículo; sin estas condiciones, lo más probable es que automóvil y automovilista saquen un mal recuerdo de la carrera.»