Exploró África vestida de dama victoriana y llevando una sombrilla.
Mary Henrietta Kingsley (Islington, Inglaterra, 1862-Simon’s Town, Africa del Sur, 1900) era hija de George Kingsley, viajero y escritor de libros de viajes, y de Mary Bailey y sobrina de Charles Kingsley. Su madre era inválida y la sociedad victoriana esperaba de una buena hija que permaneciera en el país y se ocupara de ella. Mary tenía pocos estudios pero disfrutaba de libre acceso a la extensa biblioteca de su padre y tenía oportunidad de escuchar sus relatos sobre países extranjeros. Pero su padre murió en febrero de 1892 y su madre apenas cinco semanas después. Liberada de sus responsabilidades familiares y con una renta de 500 libras al año, Mary pudo permitirse viajar y decidió visitar África para recoger el material que necesitaba para acabar un libro que su padre había comenzado sobre la cultura de ese continente.
Durante el largo viaje a África el capitán del barco la introdujo en el arte de la navegación de veleros y de buques de vapor. Ella nunca olvidaría la experiencia de pilotar un bajel de dos mil toneladas y, más tarde en sus libros, reconocería el gran valor de las enseñanzas que recibiera del capitán Murray.
Mary llegó a Luanda, Angola, en agosto de 1893. Durante una temporada vivió entre los nativos, que le enseñaron las habilidades necesarias para sobrevivir en las selvas africanas. En esta época recorrió la zona del Golfo de Guinea y visitó Fernando Póo, entonces española y hoy en la actual Guinea Ecuatorial, adentrándose, a menudo sola, en regiones peligrosas. Esta es la descripción que hace de la isla de Fernando Póo:
“Vista desde el mar o desde el continente, parece como una montaña inmensa que flota en el mar. Es bien visible en los días claros (y en particular muy visible en la claridad extraña que se produce después de un tornado) un centenar de kilómetros mar adentro, y nada más perfecto que Fernando Póo cuando se mira, como hacen de vez en cuando desde la lejana Bonny Bar, en la puesta de sol, flotando como una isla encantada hecha de oro o de amatista; no puede concebirse. Es casi igual de encantadora de cerca, desde la parte continental en Victoria, a diecinueve millas de distancia. Con su aire de belleza infinita, es casi siempre dulce y hermosa, pero yo he visto su silueta duramente recortada contra nubes tormentosas y grandiosamente sombría desde la parte alta de su hermano mayor Mungo [Monte Camerún]. Y en cuanto a Fernando Póo con luna llena… bien, es mejor ir a verlo uno mismo.” (Viajes por el África occidental)
Regresó a África en 1895 para estudiar a las tribus caníbales. Viajó en canoa por el río Ogowé, donde recogió especímenes fluviales desconocidos hasta ese momento. Coleccionó insectos, conchas, reptiles y plantas para el Museo Británico.
Tuvo algún desagradable encuentro con gorilas, que reseña en sus libros. En cierta ocasión ella y uno de sus ayudantes nativos estaban escondidos entre unos arbustos viendo comer plátanos a una familia de cinco gorilas. Entonces al nativo le entraron unas irresistibles ganas de estornudar. El pobre hombre hizo grandes esfuerzos por contenerse hasta que finalmente emitió un sonoro estornudo. Los gorilas se irguieron y miraron hacia el lugar de donde procedía aquel extraño sonido. Mary se disponía a utilizar la carabina para defenderse, cuando el nativo no pudo reprimir una serie de ruidosos estornudos, que para su sorpresa y tranquilidad tuvieron la virtud de hacer huir a los animales.
Después de conocer a la etnia fang, escaló los 4.095 metros del monte Camerún por una ruta no hollada antes por otro europeo. Un día, en la ladera de la montaña, tuvo que agarrarse con uñas y dientes a las rocas para no ser barrida por un tornado.
Las noticias de sus aventuras llegaron a Inglaterra y cuando volvió a su casa en octubre de 1895 los periodistas estaban impacientes por entrevistarla. Ahora era famosa. Durante los tres años siguientes recorrió el país, dando conferencias sobre la vida en África. Mary Kingsley enojó a la Iglesia de Inglaterra cuando criticó a los misioneros por pretender cambiar a la gente del hoy llamado Tercer Mundo.
Disertó sobre algunos aspectos de la vida africana que causaron impacto en la sociedad de su época, por ejemplo la poligamia. Ella pensaba que era una costumbre que estaba justificada por las características de la vida en aquel continente, tan diferentes de las europeas. Discutió la idea imperante de que “un negro no es más que un blanco subdesarrollado”. Sin embargo, era bastante conservadora en otras cuestiones y, por ejemplo, no apoyó el movimiento del sufragio de las mujeres.
Kingsley escribió dos libros acerca sus experiencias: Viajes por el África occidental (1897), que fue un bestseller inmediato, y Estudios de África occidental (1899).
En la guerra Anglo-Boer, se ofreció voluntaria como enfermera. Murió de fiebres tifoideas a los 37 años en Simon’s Town, donde estaba cuidando a prisioneros boer. De acuerdo con sus deseos, sus restos fueron arrojados al mar.
Como curiosidad hay que añadir que Mary Kingsley realizó todos sus viajes por la calurosa Africa vestida con la misma ropa que habría llevado en la Inglaterra victoriana y portando una sombrilla. Sus aventuras inspiraron el personaje de Rose Sayer, interpretado por Katherine Hepburn en La reina de Africa.
