En el lado oscuro.
Esta es la historia de otra de esas mujeres que se salen de lo corriente, si bien a diferencia de la alegre aventurera Isabelle Eberhardt, nuestra protagonista de hoy se paseó por el lado más oscuro de la existencia, en el que sentó cátedra a base de chupar la sangre a sus súbditas, y no en el sentido metafórico en que solían hacerlo los nobles de aquellos tiempos, sino en sentido estrictamente literal.
Elizabeth Bathory nació en 1560 en una prestigiosa familia de Transilvania, unos cien años después de que Vlad Tepes diera el salto a la fama tras empalar a diez mil turcos. Una rama de su familia estaba emparentada con el rey de Polonia y la más alta aristocracia de Hungría, mientras en la otra rama abundaban alquimistas, hechiceros y adoradores de Satanás. Casada desde los once años con el conde Ferencz Nadasdy, se dice que a los catorce tuvo un hijo ilegítimo con un campesino.
El hogar del matrimonio fue el Castillo Csejthe, en los Cárpatos. El conde prefería el fragor de la batalla a la vida palaciega y marchó al combate, ganándose el título de Héroe Negro de Hungría. Al quedarse sola, la condesa dio rienda suelta a sus dos grandes aficiones: ponerle los cuernos a su marido con jóvenes de ambos sexos y llevar a cabo experimentos ocultistas. Contaba con la ayuda de su tía Karla, lesbiana que le proporcionaba doncellas y con una sirvienta llamada Dorka, que la inició en los misterios de la magia negra. En esta época Elizabeth era ya una mujer de singular belleza, a la vez que poseedora de un buen caudal de conocimientos esotéricos.
Ante la persistente ausencia del conde, se buscó un amante estable, al que se describe como en extremo pálido y delgado y con afilados colmillos, lo que le valió el simpático apodo de “el vampiro”. Esta relación acabó cuando el marido regresó a casa. Elizabeth tuvo que limitarse a corretear a sus doncellas, pero añadiendo el sadismo a sus prácticas. Tenía entonces un mayordomo enano y tres nuevas amigas, las brujas Dorotea, Szentes y Darvulia, que colaboraban en todo lo necesario para que la condesa pudiera torturar satisfactoriamente a sus víctimas en los calabozos del castillo.
En 1600 murió el conde Ferencz, unos dicen que en la batalla y otros que envenenado o víctima de un conjuro. Elizabeth tenía cuarenta años y empezó a obsesionarse con la vejez y la pérdida de la belleza. Fue entonces cuando un hecho fortuito vino a provocar el definitivo descenso a los abismos de Elizabeth Bathory.
Cuentan que una de las doncellas que estaba peinando a la condesa le dio un tirón de pelo. La condesa, ejercitando sus derechos de ama, le pegó un bofetón que hizo sangrar a la muchacha de forma que algo de sangre salpicó la mano de Elizabeth. La condesa creyó ver que la parte de su piel regada con la sangre de la doncella había recuperado la tersura de su juventud, así que sin pensárselo dos veces ordenó degollarla y llenar con su sangre una tinaja para bañarse en ella. La experiencia debió ser satisfactoria, ya que repitió la operación con la sangre de otra muchacha y luego con otra y otra. Bathory pensaba que había descubierto el secreto de la eterna juventud: darse periódicos baños de sangre, como quien hoy toma las aguas termales en los balnearios de la tercera edad.
Durante diez años, los siniestros ayudantes de la condesa secuestraron a más de seiscientas jóvenes campesinas a las que extrajeron la sangre para rejuvenecer a su ama. Unas veces las colgaban en una jaula de hierro y las agujereaban el cuerpo para que la señora se duchara con su sangre. Otras veces las mantenían con vida para que la Bathory fuera bebiéndose su sangre poco a poco (con la ventaja de que en esos tiempos ignoraban lo que significa seropositivo).
A la Bathory y sus secuaces se les presentó un problema: qué hacer con los cadáveres. Al principio los enterraban de noche fuera del castillo; más tarde fueron amontonándolos en los sótanos; con el tiempo se les fueron acumulando tantos que se limitaban a dejarlos tirados en cualquier parte. Por otro lado, el tratamiento rejuvenecedor seguido por la condesa demostró ser tan ineficaz como la leche de pepino y Darvulia convenció a la Bathory de que en vez de sangre de vulgares aldeanas debía emplear la de jóvenes de noble cuna. Eso fue su perdición: sacarle la sangre a las clases bajas está permitido, pero los aristócratas son intocables. Así, los crímenes fueron finalmente denunciados, el rey Matías de Hungría ordenó asaltar el castillo y detuvo a la condesa. Pudo tenerse conocimiento detallado de los hechos, no solo por los cadáveres amontonados por doquier, sino porque la Bathory había registrado minuciosamente sus actividades en un diario. Todos sus cómplices fueron ejecutados y Elizabeth Bathory condenada a ser emparedada en un cuarto de su propio castillo, donde cuatro años más tarde fue encontrada sin vida.
Siempre se ha dicho que el personaje Drácula de Bram Stoker está basado en Vlad Tepes el Empalador, pero dado que éste no tenía por costumbre beber la sangre de sus víctimas se ha establecido más recientemente la teoría de que Stoker también se inspiró en Bathory. Ingrid Pitt interpretó el papel de Elizabeth Bathory en la película La Condesa Drácula (Hammer, 1971), una película bastante mala, por cierto.