Es sabido que a lo largo de la Historia numerosos libros han desaparecido y, aunque conocemos su existencia, su contenido no ha llegado hasta nosotros. Solo en la Biblioteca de Alejandría se cree que se perdieron cientos de miles en los diversos desastres y destrucciones que sufrió. Algo similar ha sucedido en época mucho más reciente con las películas.
Hubo un tiempo en que el cine se consideraba solo un entretenimiento banal (años más tarde pasaría igual con los tebeos) y, por tanto, los rollos que contenían las películas no se conservaban como algo valioso. El fuego, el agua, las guerras, la degradación del material y el reciclado del valioso nitrato de plata para fabricar nuevas bobinas provocaron la desaparición de numerosas obras cinematográficas, muchas de las cuales son añoradas hoy por los cinéfilos, aún sin haberlas visto.
Los incendios en los estudios de cine de la Metro-Goldwyn_Mayer (1965), nave de almacenamiento de la 20th Century Fox (1932), Lubin Manufacturing Company (1914) y Laboratorio Thomas Edison (1914), significaron la destrucción de otras tantas Bibliotecas de Alejandría del cine.
El Código Hays (1930), que implantó la censura en los democráticos Estados Unidos, también tuvo culpa de que muchos largometrajes cuya exhibición fue prohibida terminaran en paradero desconocido.

Metraje perdido. Un breviario de cine invisible nos habla de todas esas películas que, como parientes o amigos fallecidos, ya no se encuentran entre nosotros.
No es fácil hablar de algo que no existe. Solo puede hacerse a través de los rastros que nos dejó su existencia: un guión escrito, unos fotogramas sueltos, el testimonio de los actores que intervinieron… Alberto Ávila Salazar, como el personaje de aquella novela de Belén Gopegui cuya vida se desarrollaba alrededor de un “hueco”, nos aproxima al vacío que la desaparición de esas películas fenecidas nos ha dejado.
Actores que fueron muy célebres en su momento, como Colleen Moore, Roscoe Arbuckle, Lon Chaney o Theda Bara vieron desaparecer sus películas. También grandes directores como Murnau, Hitchcock o Lubitsch, del que hemos perdido numerosas obras, entre ellas su primer film sonoro, The patriot (1928). Prácticamente ningún actor, actriz o director de los primeros tiempos del cine conserva hoy íntegra su filmografía.
Dos de las películas ausentes más recordadas son La casa del horror (London after midnight) dirigida en 1927 por Tod Browning y protagonizada por Lon Chaney, y Cleopatra (1917), de J. Gordon Edwards, protagonizada por Theda Bara, carismática actriz de la que solo nos han llegado cuatro de las cuarenta y cuatro películas que rodó. De esta Cleopatra, cuarenta y seis años anterior a Liz Taylor, nos quedan tan solo quince segundos de metraje.

Nos quedamos con las ganas de ver la primera película china de la historia, La batalla de Dingjunshan (1905), de la que se conserva únicamente un fotograma; Saved from the Titanic (1912), estrenada un mes después del hundimiento del barco e interpretada por Dorothy Gibson, actriz que había sobrevivido al naufragio; Charlot, ladrón elegante (1914), de Chaplin; la primera de los Hermanos Marx titulada Humor risk (1921); el debut de Rodolfo Valentino, Alimony (1917) y el de Clark Gable, White man (1924);la primera dirigida por John Ford, The tornado (1917); la primera película con un desnudo integral, el de la australiana Annette Kellerman, y que fue además la primera que superó el millón de dólares de presupuesto, The daughter of the gods (1916)… Todas ellas, perdidas.


Hay también algunos films que se perdieron y reaparecieron, así que siempre quedan esperanzas de ver resucitar alguna película que creíamos muerta.
Metraje perdido. Un breviario de cine invisible es un interesante trabajo de Alberto Ávila Salazar, que, aunque parezca que no, sigue en la misma línea de su anterior libro El Diablo en casa. El expediente Vallecas, que hablaba de fantasmas y apariciones. Solo que en este caso, se trata de fantasmas de celuloide.