Si la primera novela de Alberto Ávila Salazar fue Todo lo que se ve, esta segunda se sitúa ‘más allá de lo que se ve’, pues estamos ante una obra en la que los muertos tienen tanto protagonismo como los vivos y los fantasmas deambulan por sus páginas de la manera más natural. Bajo la apariencia de una novela policíaca, nos cuenta la historia de unas personas cuyas vidas se ven profundamente transformadas al entrar en contacto con otros niveles de existencia.
Lo que dicen los dioses (Ediciones Versátil, 2015) parte de unos terribles crímenes cometidos en Madrid hacia 1945 por un carnicero que asesinó y descuartizó a cinco niñas y acto seguido se fugó a América. Una década después, en 1954, la medium Serena Conti revela al comisario Roberto Iríbar la presencia, en la carnicería abandonada, de los espíritus de las cinco víctimas. Contactar con ellas puede ser de gran ayuda para investigar el delito. Sin embargo, tanto el policía como la medium se verán involucrados en el asunto mucho más de lo que pensaban, pues el objetivo ya no será solo resolver el crimen sino tratar de que los espíritus de Soledad, María Antonia, Dolores, Manuela y Cristina no se conviertan para siempre en almas en pena. Muchos años más tarde, en 1975, la joven periodista Mariana Salguero comienza a investigar el caso, y según profundiza en él, su vida, lo mismo que años antes les sucediera a Iríbar y Serena, se verá completamente transformada.

La novela se mueve entre diferentes niveles de existencia, el de los dioses, el de los fantasmas y el de los humanos, niveles que, como explicara el filósofo e historiador Mircea Eliade, tienen ejes que los comunican, de forma que los dioses pueden irrumpir en nuestro mundo o nosotros penetrar en el de los fantasmas. La carnicería escenario de los crímenes, el piso de Serena Conti en la calle Lagasca, el templo de Debod (cómo no) y otros lugares de Madrid descubiertos por Roberto Iríbar actúan como ejes o pasadizos que permiten a los personajes circular entre los distintos niveles. De esos ejes, la estatua de la Cibeles se nos presenta como el verdadero ‘axis mundi’ alrededor del cual se extiende un Madrid insólito, que oculta bajo sus aceras y edificios mundos invisibles solo al alcance de los iniciados.
“Conocemos la ciudad transitable y solar, hecha a la medida de los humanos. Pero hay una ciudad nocturna y escondida que es infinitamente más grande. La ciudad que se agazapa en las alcantarillas, en los huecos de los ascensores, en los edificios abandonados, en el interior de las tuberías, en las isletas de tráfico que los peatones no pueden pisar… Todo está lleno de lugares inhabitables y sutiles. Los hombres construyen las ciudades, pero al hacerlas hacen un refugio para otros seres a los que les tienen que pagar tributo. Algunos de esos seres están dentro de nosotros, pero otros no.”
La narración no sigue una secuencia temporal lineal, sino que el autor va trenzando magistralmente episodios acontecidos en las distintas épocas, alternando las historias de los personajes y profundizando en las relaciones entre ellos: la extraña relación profesional entre Serena e Iríbar, el policía ateo y escéptico que no tiene más remedio que admitir que los fantasmas existen y que la mujer habla con ellos; la de la medium con las cinco niñas -traviesas ellas porque aunque fantasmas siguen siendo niñas- que llaman ‘mamá’ a la única persona que puede verlas a voluntad; la de Iríbar y Mariana, relación esta entre iniciado y aprendiz de bruja, que recuerda mucho a Castaneda y su maestro don Juan. Paralelamente nos cuenta la miserable y solitaria vida en el exilio del abyecto asesino.

El gran mérito del autor ha sido crear una trama que une estos múltiples hilos sin dejar escapar ni una hebra y narrar de forma sencilla una historia compleja. Gracias a un estilo depuradísimo, en solo doscientas páginas asistimos a la transformación vital de varios seres, humanos o no, con el tema de fondo de la eterna lucha entre el bien y el mal.
Lo que dicen los dioses es una de las mejores novelas de los últimos años, una de esas novelas que no deja indiferente al lector. Y, especialmente, si el lector es madrileño, no podrá volver a mirar a la Cibeles como hasta ahora.