Una de las mujeres pioneras en la Universidad española.
A finales de septiembre está prevista la aparición de la tercera edición del Diccionario de uso del español de doña María Moliner. No tengo más que alargar la mano para comprobar que los dos tomos que me acompañan desde hace años corresponden a la 19ª reimpresión de la 1ª edición. Justo a su lado está el Diccionario ideológico de la lengua española de don Julio Casares, otro tocho imprescindible para cualquier juntaletras.
María Moliner (Paniza, Zaragoza, 1900-Madrid, 1981) fue una de las mujeres pioneras en la Universidad española. En 1921 se licenció en Filosofía y Letras con calificación de sobresaliente y premio extraordinario. Un año después aprobó las oposiciones al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Antes, de niña, había estudiado en la Institución Libre de Enseñanza, donde al parecer fue nada menos que Américo Castro quien despertó su interés por la lexicografía.
Colaborar con las instituciones de la Segunda República provocó su depuración tras la Guerra Civil. Desde 1946 dirigió la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid hasta su jubilación, en 1970.
En 1950 comienza la obra por la que es célebre hoy. Recopila el idioma español palabra a palabra durante 15 años. Según explica su hijo: «Ella se levantaba con el sol y trabajaba hasta la hora de comer. Dormía una siesta ligera y volvía a trabajar, hasta la hora de cenar. Nunca trabajó de noche.» El Diccionario de uso del español vio la luz en 1967.
La tercera edición del ‘María Moliner’ será publicada, como las anteriores, por la Editorial Gredos. La segunda edición, publicada en 1998, no estuvo exenta de polémica, como pueden ver en el sitio web mantenido por uno de sus hijos: noticia y apócrifo legal.
En el prólogo a la 3ª edición, a cargo de Manuel Seco, de la Real Academia Española, se explica la originalidad de este diccionario:
Para mí, el más importante era la renovación, una a una, de las definiciones heredadas, redactándolas de nueva planta en un lenguaje transparente y actual; y enriqueciéndolas con la adición de numerosos matices significativos; y, por otro lado, limpiándolas de los círculos viciosos frecuentes en los enunciados definidores de otros diccionarios. Merecen mención también las numerosas notas de uso y las construcciones sintácticas, así como la abundancia de ejemplos ilustrativos y el relieve dado al registro de sinónimos y voces afines.
La otra meta fundamental -muy raramente intentada por otros, debido a su dificultad: solo tenía como gran precedente el Diccionario ideológico de Julio Casares- era la consulta «bidireccional». El de Moliner, con método propio, ofrecía una doble utilidad: por una parte, era un instrumento, como los diccionarios usuales, para comprender o descifrar lo que se oye o lee (un diccionario descodificador); pero al mismo tiempo era también un instrumento para cifrar o componer lo que se quiere expresar (un diccionario codificador).
