“Despertar completamente sola en una ciudad extraña es una de las sensaciones más agradables que existen.” (Freya Stark)
Freya Madeleine Stark nació en París en 1893. Su padre, británico, y su madre, italiana de origen germano, eran aficionados a viajar y solían llevar consigo a la pequeña. Cuando se divorciaron, la situación económica de Freya y su madre decayó notablemente. Vivieron en el norte de Italia y en Londres, donde Freya acudió a la School of Oriental Studies. Al mismo tiempo aprendió árabe. Su fascinación por Oriente había comenzado cuando, al cumplir nueve años, alguien le regaló un ejemplar de Las mil y una noches.
Cuando tenía dieciséis años sufrió un accidente en una fábrica en Italia, al enredarse su cabello en una máquina, y tuvo que pasar cuatro meses recibiendo injertos de piel en el hospital. Como consecuencia su rostro quedó ligeramente desfigurado.

En 1927 embarcó con destino a Beirut, con intención de visitar Siria y practicar el idioma. Un año más tarde se fue a vivir a Damasco. Entretanto había adquirido la idea de estudiar a los drusos (minoría religiosa heterodoxa islámica). En esa época, la región mayormente habitada por los drusos (entre Líbano y Siria) se encontraba en plena sublevación contra la ocupación colonial francesa. Haciendo caso omiso de las advertencias, Freya emprendió viaje hacia allí montada en un burro, pero fue arrestada por el ejército francés antes de poder alcanzar su objetivo.
Nuestra aventurera regresa a Italia, pero no permanece allí mucho tiempo. Ahora se le ha metido en la cabeza investigar a la célebre secta de los ‘asesinos’ de Hasan al-Sabbah, así que una vez más emprende viaje y llega a Bagdad, donde no tiene mejor ocurrencia que alojarse en el barrio de las prostitutas, para escándalo de la sociedad inglesa. Se marcha sola a Persia en busca de Alamut, la montaña de los asesinos, y aprovecha el viaje para cartografiar la región, lo que la valdrá a su regreso los parabienes de la Real Sociedad Geográfica británica. En 1931 descubre el castillo de Lamiaser, en el valle de Shahrud, uno de los dos castillos de la secta que habían resistido la invasión mongola.

Por razones de salud tuvo que cancelar su proyecto de buscar las ruinas de Saba, en Arabia, pero siguió la Ruta del Incienso hasta encontrar el puerto de la antigua ciudad de Caná.
Durante la Primera Guerra Mundial el papel de Freya Stark se había limitado a alistarse como enfermera, pero en la Segunda el Gobierno Británico supo sacar partido a sus aptitudes y la envió primero a Adén y luego a Irak. Allí se dedicó a recoger información y al tiempo colaboró en reclutar árabes para la causa aliada. En El Cairo fundó una especie de sociedad antinazi llamada Brotherhood of Freedom.

Finalizada la contienda regresó a su hogar en el norte de Italia, donde se dedicó a escribir. A estas alturas ya había editado varios libros. Su bibliografía se compone de una treintena de obras en total, en las que principalmente narra sus peripecias por los países que visitó. Con 54 años se casó con un diplomático y se fue a vivir al Caribe, pero el matrimonio duró cuatro años, hasta que Freya decidió largarse a Turquía y desde ahí seguir los pasos de Alejandro Magno en Asia.
Y después a Yemen, China, Afganistán, Camboya, Nepal y casi toda Europa. Con 89 años todavía andaba recorriendo los pasos de montaña del Himalaya. Murió en su casa de Italia a los 100, un año más joven que Alexandra David-Néel. Ostentó el rango de Dama del Imperio Británico.