En 1403 un madrileño viajó a la corte del Gran Khan de Mongolia
En los primeros años del siglo XV los turcos amenazaban ya Bizancio, pero los mongoles les habían asestado un duro golpe en la batalla de Angora (1402), en la que el emperador de Samarkanda había derrotado a los ejércitos del sultán Bayaceto. La noticia llega a Europa y surge de nuevo con fuerza la leyenda del Preste Juan, un supuesto señor cristiano que reina al este de los países ocupados por el Islam. En esa época le toca encarnar esa leyenda a Tamerlán o Tamorlan (Timur Lang, Timur el Cojo), supuesto descendiente de Gengis Khan. En los reinos cristianos parece ignorarse que el emperador mongol es tan musulmán como los turcos a los que acaba de derrotar.

Enrique III el Doliente, rey de Castilla, es un monarca interesado en lo que hoy llamaríamos la política exterior y decide enviar un embajador a la corte del poderoso Tamerlán con vistas a pactar una posible alianza contra los turcos. Este embajador fue el madrileño Ruy González de Clavijo, que emprendió viaje en 1403, llegó hasta Samarkanda, y regresó en 1406.

Clavijo partió al frente de su expedición del Puerto de Santa María, visitó la isla de Rodas y Constantinopla y desembarcó en Trebisonda, en los confines del mar Negro. Desde allí prosiguió el difícil viaje por tierra, atravesando regiones que hoy pertenecen a los estados de Turquía, Irak e Irán y llegando a Samarkanda (en el actual Uzbekistán) en septiembre de 1404. Por desgracia, Tamerlán se encontraba enfermo y moriría poco después, por lo que la misión de los castellanos, desde el punto de vista diplomático, fue un fracaso. Clavijo emprendió el viaje de regreso, llegando a España en marzo de 1406.


Sin embargo, la crónica de este viaje, titulada abreviadamente Embajada a Tamerlán y atribuida -sin total seguridad- al propio Ruy González de Clavijo, inaugura el género de relatos de viajes en la literatura castellana, siendo un libro comparable en ese sentido al escrito por el veneciano Marco Polo. Embajada a Tamerlán no es un libro ameno o fácil de leer, pero las descripciones de los países que atraviesa la expedición son detalladas y reflejan el asombro de los viajeros ante costumbres para ellos extrañas o ante la presencia de animales antes nunca vistos, como la jirafa o el elefante, al que el autor denomina ‘marfil’. A su vuelta Clavijo sirvió a su rey como chambelán y luego se retiró a su ciudad natal, donde murió en 1412. Está enterrado en la iglesia de San Francisco el Grande.



Fragmento donde se describe una jirafa:
«Y otro día jueves, cinco días del dicho mes de Junio, a hora de medio día fueron en una ciudad que es llamada Hoy: la cual estaba asentada en un llano, y alrededor de ella muchas huertas y labranzas de pan, y cerca de esta ciudad había unos grandes llanos que duraban mucho: y por ellos, y por la ciudad venían muchas acequias de agua, y esta ciudad era cercada de una cerca de ladrillo con sus torres y barbacanas: y aquí en esta ciudad de Hoy se acaba Armenia la alta, y comienza tierra de Persia: y en esta ciudad viven muchos Armenios.
Y cuando los dichos Embajadores llegaron a esta ciudad, hallaron en ella un Embajador que el Sultán de Babilonia enviaba al Tamurbec. El cual llevaba consigo hasta veinte de caballo y hasta quince camellos cargados de presente, que el Sultán enviaba al Tamurbec, y otrosí llevaba seis avestruces y una alimaña que es llamada jirafa, la cual alimaña era hecha de esta guisa: había el cuerpo tan grande como un caballo, y el pescuezo muy luengo, y los brazos mucho más altos de las piernas, y el pie había así como el buey hendido, y desde la uña del brazo hasta encima del espalda había diez y seis palmos: y desde las agujas hasta la cabeza había otros diez y seis palmos, y cuando quería enhestar el pescuezo, alzábalo tan alto que era maravilla, y el pescuezo había delgado como de ciervo, y las piernas había muy cortas según la longura de los brazos, que hombre que no la hubiese visto bien pensaría que estaba sentada aunque estuviese levantada, y las ancas había derrocadas a yuso como búfalo: y la barriga blanca, y el cuerpo había de color dorado y rodado de unas ruedas blancas grandes: y el rostro había como de ciervo, en lo bajo de hacia las narices: y en la frente había un cerro alto agudo, y los ojos muy grandes y redondos y las orejas como de caballo, y cerca de las orejas tenía dos cornezuelos pequeños redondos, y lo más de ellos cubiertos de pelo, que parecían a los del ciervo cuando le nacen, y tan alto había el pescuezo y tanto lo extendía cuanto quería, que encima de una pared que tuviese cinco o seis tapias en alto podría bien alcanzar a comer: otrosí encima de un alto árbol alcanzaba a comer las hojas, que las comía mucho.
Así que hombre que nunca la hubiese visto, le parecía maravilla de ver: y los dichos Embajadores estuvieron en esta dicha ciudad el jueves que allí llegaron, y viernes y sábado y domingo siguiente, que fueron ocho días del dicho mes de Junio, después de medio día partieron de aquí.»