La vida de un ciudadano contemporáneo es una vida con banda sonora
El trasvase de las bandas sonoras del cine a la vida cotidiana es un ejemplo de fenómeno en el que un elemento propio de la ficción termina formando parte de la realidad.
En la Grecia Clásica ya se empleaba música en las representaciones teatrales, pero el concepto de banda sonora, tal como hoy lo entendemos, nace con el cine. Las películas mudas se acompañaban de música, interpretada en directo por un pianista o una pequeña orquesta, o reproducida en gramófonos o pianolas. En principio, el motivo de este acompañamiento sonoro era paliar el ruido que producían los aparatos de reproducción cinematográfica de la época, pero enseguida se vio que la música, si se elegía cuidadosamente, podía servir de refuerzo o de contraste de las imágenes que se proyectaban. Originalmente se empleaba música de compositores clásicos y solo más adelante los músicos empezaron a componer piezas especialmente pensadas para su ejecución en salas de cine. La evolución de la banda sonora, como la de casi toda la música del siglo XX, fue paralela a la de la tecnología empleada para su reproducción. Hoy no se estrena una película que no tenga su banda sonora, original o no, en estéreo, dolby, cuadrafonía o surround, siempre en relación con las imágenes que se proyectan.
Pero la cuestión que me interesa destacar es cómo el concepto de banda sonora ha escapado al ámbito de las salas cinematográficas, es decir, ha abandonado el territorio de la ficción (la película) para introducirse en la casi totalidad de los ámbitos que conforman nuestra realidad cotidiana.
En los años 30 la empresa Muzak ofrecía música ambiental a través del teléfono. Se trataba de una música pensada para acompañar sin molestar, es decir, composiciones tranquilas, instrumentales e interpretadas a bajo volumen. En otros términos, música para oír sin escuchar. Ese estilo terminó tomando el nombre de dicha empresa: Muzak. Pero no son esas precisamente las características que posee la música que hoy se nos obliga a escuchar en grandes almacenes, pequeños comercios, oficinas, estaciones, aeropuertos, bancos, restaurantes, hoteles, ascensores, salas de espera de dentistas, abogados o notarios y otros espacios públicos. La de ahora es música moderna, cantada, a todo volumen y que no sirve para acompañar nada, sino que se limita a invadir nuestros oídos, generalmente sin nuestro consentimiento. No es música ambiental; es el descontrol de la banda sonora y tal vez el final de toda música, pues no sería la primera vez que el desbordamiento de algo causa su propia extinción.
Obsérvese que al escapar la banda sonora de su ámbito propio, que es el de acompañar las acciones de una película, ha perdido también todas sus cualidades: no sirve de refuerzo ni de contraste de nada, no se escoge en función de motivación aparente alguna, salvo las canciones de moda que te obligan a escuchar en grandes almacenes, cuyo fin solo puede ser la promoción del cantante en cuestión. Ya me dirán qué relación lógica o emocional pueden tener Madonna o la Pantoja con los sandwichs del VIPS o con la ropa de El Corte Inglés para sonar continuamente por la megafonía de estos comercios.
La vida de un ciudadano contemporáneo es una vida provista de banda sonora y esta es una cualidad que no tenían las vidas de nuestros antepasados. Para colmo ¿Cuántos de nosotros no contribuimos a extender la banda sonora de nuestra vida al mantener encendida la televisión con el volumen elevado, aunque no haya nadie viéndola? ¿Tan terrorífico es para el ser humano el silencio?