Festetics de Tolna con los caníbales

Según se narra en la revista ‘Alrededor del mundo’, de 1903

El joven conde austrohúngaro Rudolf Festetics de Tolna y su esposa, una millonaria californiana, emprendieron, a principios del siglo XX, su viaje de bodas por el Océano Pacífico, visitando varias islas pobladas por indígenas caníbales. El conde narró sus aventuras en el libro Con los caníbales: Ocho años de crucero en el Océano Pacífico.

En la revista Alrededor del mundo, nº 206, de 15 de mayo de 1903, se incluía un artículo sobre los viajes del conde Festetics a bordo de su yate el Tolna. Entresaco de él un par de episodios acontecidos en su viaje y relatados en su libro.

«Los indígenas de la isla Malaita son los más feroces del archipiélago de Salomón. Muchos han estado en la Australia como trabajadores, pero han vuelto más hostiles y más encarnizados contra los blancos. Todos llevan adornos de conchas talladas y de nácar. Se introducen en las aletas y en los cartílagos de la nariz huesos humanos dispuestos en arco de círculo.

Al día siguiente de nuestra llegada fui a visitar una aldea indígena. Las chozas, entretejidas y cubiertas de hojas, están emplazadas sobre pequeños montículos de tierra gredosa, alrededor de las cuales serpentea un sendero estrecho y resbaladizo. Un jefe joven, que hablaba un poco de pidgin (la algarabía o mezcla de varias lenguas que suelen hablar los indígenas) me dijo que el emplazamiento, algo raro, de las chozas tenía por objeto proteger las habitaciones contra los cazadores de cabezas. Me enseñó, encerradas en una casa, a unas cuantas jóvenes que habían sido apresadas en otra isla y que estaban engordando para la próxima fiesta caníbal. Acababa de decidirse que la fiesta se verificaría aquel mismo día, para celebrar nuestra presencia en Malaita.»

Cautivas cebadas para ser comidas (foto: Rodolfo Festetics de Tolna)

«A las muchachas prisioneras se las había advertido, sin duda alguna, que estaba próxima su última hora. De todos modos, no podían hacerse ilusiones acerca del destino que las aguardaba. Parecieron aceptar resignadas su situación. Hice su fotografía; tenían más miedo de mí que de los indígenas que a los pocos momentos iban a matarlas. Mi máquina fotográfica era un peligro desconocido y misterioso que las asustaba más que la muerte inevitable en la forma familiar de sus costumbres ancestrales.»

Es de advertir que con el yate del conde Festetics habían llegado a la isla dos buques de guerra ingleses, que por lo visto no hicieron absolutamente nada para impedir el sacrificio de las jóvenes prisioneras, ni la fiesta caníbal. Los ingleses sólo se ocuparon de castigar a los asesinos de unos europeos. Para ello pusiéronse al habla con un jefe indígena, el cual, mediante pago en mercancías, se comprometió a entregar a los culpables. Pero sucede casi siempre que en vez de éstos, entregan a unos cuantos cautivos de los que estaban destinados a ser comidos; así es que el asesinato de blancos resulta un negocio de primer orden para los jefes indígenas.

Se cree que este yate es el Tolna, del Conde Festetics. Foto de autor desconocido tomada de Pages 14-18: Les combattants & l’histoire de la Grande Guerre.

Hubo una ocasión en que el conde y su mujer tuvieron que participar en una fiesta de salvajes. Fue en la isla Rubiana y he aquí el episodio:

«Había ido a visitar un pueblo bastante lejos del sitio donde se hallaba anclado el yate. Los salvajes se habían reunido en número considerable, y en nuestro honor organizaron un festín de carne humana.

Nos obligaron a comer con ellos. Me pareció observar detalles poco tranquilizadores para nosotros. Se formaban en pequeños grupos y andaban alrededor nuestro con aire equívoco y las hachas de guerra en las manos. Sin embargo, las mujeres no se fueron, lo cual nos tranquilizaba. La condesa, que me acompañaba en esta excursión, se había sentado en medio de ellas. Las enseñó a hacer labores de aguja, y ellas la enseñaron a tejer a su manera. Hice una fotografía de la escena. Las mujeres se sentían muy halagadas de enseñar a una mary blanca; tocaban la falda de la condesa, mirando el tejido y tratando de adivinar cómo estaba hecha la tela.

Familia de caníbales de la isla Simbo (foto: Rodolfo Festetics de Tolna)

«A nuestro regreso al Tolna nos encontramos con el rey Ingova, que nos aguardaba. Sabía dónde habíamos ido y estaba muy inquieto.

-Habéis ido a una aldea donde están buscando cabezas blancas para las piraguas -nos dijo. -Si hubiera sabido dónde ibais, no os hubiera dejado partir.

Las piraguas de caza no pueden ser botadas sin que lleven como adorno cierto número de cabezas; pero la calidad de esas cabezas no es indiferente cuando se trata de cierta clase de piraguas. Necesitan, por lo menos, una cabeza blanca. Así eran las piraguas que querían botar al agua en la aldea donde habíamos estado.»

Portada de la edición francesa del libro “Con los caníbales” de R. Festetics de Tolna.