Las memorias de Karina

Buscando en mi baúl de los recuerdos.

He leído con curiosidad esta autobiografía de la cantante que de niño era mi favorita, Maribel Llaudes, a quien Torrebruno, de forma involuntaria, otorgó el nombre artístico con el que se haría famosa al llamarle en italiano carina, en cierta ocasión en que coincidieron en los estudios de Hispavox. Básicamente, es la historia de una niña de provincias de los años 60 que, por necesidad económica de su familia, se traslada a Madrid y se ve aupada al éxito casi sin querer.

A la vista de la narración, se puede decir que Karina se presenta a sí misma como una mujer de mentalidad bastante simple, una persona dócil que la mayor parte del tiempo se deja manejar de forma consciente por unos y por otros. Que la verdadera Maribel Llaudes sea realmente así o haya creado ex profeso una narradora con esa personalidad es una cuestión cuya respuesta solo ella y sus allegados conocerán.

Me inclino a creer que se trata de lo primero, porque si fuese lo segundo habría que admirar el talento literario de Karina para sugerirnos el mensaje contrario al que sus palabras transmiten, por ejemplo en asuntos como el concurso Pasaporte a Dublín, para elegir el representante español en el Festival de Eurovisión de 1971: la cantante niega rotundamente que estuviera amañado, pero según vas leyendo lo que ella misma cuenta solo puedes sacar la conclusión de que hubo un monumental tongo. Hay una memorable escena en la que Karina, incapaz de resistir la tensión provocada por el vacío que le hacen los otros concursantes ante el presunto amaño, sube para presentar su renuncia ante el director general de Televisión Española. Pero éste es nada menos que Adolfo Suárez, que pasa olímpicamente de ella. Puedo imaginarme al “encantador de serpientes”, acomodando los puños de su americana y diciendo sonriente: “Mira, Maribel, yo estoy muy liado; creo que ni te estoy escuchando. Vete a tu trabajo y déjame a mí trabajar. Creía que me ibas a decir algo importante; todos tenemos problemas.”

Karina se confiesa apolítica, pero su visión de la realidad española de aquella época y el lenguaje con que la describe muestran a las claras su ideología conservadora. Por ejemplo, tenemos la anécdota acontecida el día que doña Carmen Polo la invita al Palacio del Pardo para conocerla. Ella y su hermano esperan en una salita:

“Y allí llegó doña Carmen, vestida de oscuro, como solía. La saludamos y nos invitó a sentarnos. Lo primero que dijo al verme fue:
-A Paco le gustas muchísimo, Karina.
Yo le di las gracias, pero por dentro pensaba: “¿Y quién será ese Paco al que le gusto?”. Estuve un buen rato dándole vueltas a la cabeza pero no conseguía averiguar a qué Paco se refería. Cómo iba yo a pensar que, el que nosotros llamábamos Generalísimo, era Paco dentro de su casa.”

Lo más interesante de esta autobiografía es el documento sociológico de una España en la que, incluso las cantantes de éxito, tenían vedado abrir una cuenta en un banco o no podían hacer manitas con el novio o besarle en público. Por no hablar de otras cosas, que no se hacían ni en privado. Sin embargo, la protagonista del libro, que hace del optimismo su bandera, no parece llevar muy mal este tipo de condicionantes.

Por lo demás, Buscando en mi baúl de los recuerdos. nos cuenta la carrera musical de Karina, jalonada por los concursos radiofónicos, los festivales de Benidorm, Mallorca y Eurovisión, las grabaciones en Hispavox, las giras, los viajes por todo el mundo… Las memorias terminan cuando la cantante, después de separarse de Tony Luz y poner su carrera en manos de Rodrigo García, inicia su declive. Una lástima ya que Rodrigo es uno de los grandes músicos que ha dado este país, pero las diferencias musicales y personales entre un hippie y una señorita de provincias resultaron insalvables.

Buscando en mi baúl de los recuerdos (Martínez Roca, 2014) 202 págs.