La destrucción de los antiguos monumentos romanos

No se debió principalmente a los bárbaros, como se cree.

Un mito muy extendido es que la desaparición de los monumentos de la antigua Roma se debió a que fueron destruidos por los bárbaros. Sin embargo, generalmente no fue así. Los propios romanos tuvieron más responsabilidad que nadie en la destrucción de su ciudad.

La Roma Imperial llegó a alcanzar una población superior al millón y medio de habitantes. El primero en propiciar la decadencia de la ciudad fue Constantino el Grande, el cual fundó la ciudad de Constantinopla, que se convertiría en la nueva capital del imperio. Esta circunstancia provocó, en la primera mitad del siglo IV, el éxodo de una buena parte de la población de Roma, en particular nobles, mandos militares y funcionarios.

El mismo emperador, para embellecer su nueva ciudad, trasladó obras de arte desde otras poblaciones, en particular desde Roma. Durante años, los propios romanos sacaron de la ciudad eterna todo cuanto pudieron llevarse a Constantinopla.

El Anfiteatro Flavio (Coliseo). Foto: Andreas Tille. Wikipedia.
El Anfiteatro Flavio (Coliseo), grabado de 1891. Foto: Wikimedia

Al ser abandonada por la corte y por los principales mandos militares, Roma se convirtió en una ciudad menos segura. Muchos la abandonaron en previsión de posibles invasiones bárbaras que, en efecto, se produjeron. Sin embargo, contrariamente a la creencia más extendida, los daños causados por los bárbaros no fueron los que destruyeron la antigua urbe. Los invasores acostumbraban a llevarse objetos de valor, como muebles, platerías, joyas o tejidos, pero no se quedaron suficiente tiempo como para arrasar edificios o destruir obras de arte. El asalto más célebre fue el de Alarico en el año 410, pero los visigodos saquearon la ciudad durante tres días y luego se marcharon. Mayor destrucción que los bárbaros causaron las luchas políticas entre los propios romanos.

Circo Máximo (Atlas van Loon, 1649). Foto: Wikimedia
Arcos de Constantino y Septimio Severo, por Canaletto (1742). Foto: Wikimedia

Hubo también daños producidos por causas naturales. En 589 el desbordamiento del Tíber causó una desastrosa inundación y al año siguiente una epidemia diezmó a la población. También se han producido, a lo largo de los siglos, varios fuertes terremotos.

Durante los siglos VIII y IX Roma pasó a manos de la Iglesia. Los sucesivos papas transformaron los antiguos templos paganos en cristianos y mandaron construir otros nuevos, en particular grandes basílicas que se edificaron con materiales de los viejos edificios. A partir de 1084, cuando el papa Gregorio VII fue expulsado de la ciudad, muchos edificios monumentales cayeron en manos de familias nobles romanas, que los usaron como fortalezas.

En el siglo XIV, mil años después de Constantino, la población de Roma había quedado reducida a 17.000 habitantes, que vivían alrededor del Vaticano. El resto de la ciudad había quedado desierta y, como suele suceder en estos casos, la falta de uso y de mantenimiento fue arruinando calzadas y edificaciones.

Otra época muy destructiva fue el Renacimiento. Roma estaba aumentando de nuevo su población y recuperando su antiguo esplendor, pero a costa de arrasar lo que aún quedaba en pie de la vieja ciudad. Los nobles no tuvieron escrúpulos en expoliar y en demoler antiguos edificios para edificar sus propios palacios. Desaparecieron el templo de Júpiter Capitolino, el de la Concordia y los arcos de Teodosio y Graciano. Y quedaron dañados el Coliseo, las termas de Caracalla y el Circo Máximo.

Las transformaciones del Panteón de Agripa a lo largo de los siglos: aspecto original (año 125), finales del siglo XIV, inicios del XVII y finales del siglo XIX
El Panteón de Agripa en la actualidad. Foto: Wikimedia

La historia del monumento más famoso de Roma, el Anfiteatro Flavio, conocido universalmente como el Coliseo, es un buen ejemplo de lo sucedido. Estuvo en funcionamiento hasta el año 523, aunque el último combate de gladiadores está registrado en 435. A finales del siglo VI se construyó una pequeña iglesia dentro de la estructura del anfiteatro y la arena se transformó en un cementerio. En los graderíos se instalaron fábricas.

A principios del siglo XIII, una familia de la nobleza se apropió del Coliseo y lo fortificó, trasformándolo en una especie de castillo. Desde entonces fue cambiando de manos hasta 1312, en que la Iglesia lo recuperó. En 1349 hubo un gran terremoto, que dañó su estructura y derrumbó el muro externo del lado sur. Muchas de las piedras desprendidas entonces fueron reutilizadas para construir palacios e iglesias, incluido el Vaticano, así como hospitales y otros edificios.

Una orden religiosa se asentó en una parte del Coliseo y siguió allí hasta principios del siglo XIX. A lo largo de los siglos XV y XVI, el travertino (piedra similar al mármol) que lo recubría fue arrancado para reutilizarlo. Entre otras construcciones, se empleó en el Palacio Barberini, lo que dio origen al dicho latino Quod non fecerunt Barbari, fecerunt Barberini, “Lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini”. El expolio de piedras continuó hasta 1749, en que Benedicto XIV consagró el monumento a la memoria de los mártires cristianos.

Durante la Segunda Guerra Mundial cayó una bomba que derrumbó una parte del edificio. En 1980, la Unesco lo incluyó en la lista del Patrimonio Mundial.